viernes, 4 de enero de 2008

Guti, el unico no suplente.


La atención se centraba en ellos, Robben y Guti, dos titulares que no lo son. Diríamos que nada tienen en común si no fuera porque ambos son zurdos y rubios, dos particularidades que hermanan, porque distinguen genios, guapos y guapas e incomprendidos en general. Su protagonismo fue absoluto si pensamos que Robben abrió el marcador y Guti lo cerró cuando faltaban 18 segundos para la prórroga, a pase de Robben. Entre medias se pelearon, se lanzaron reproches y se reconciliaron. Y como suele ocurrir después de los reencuentros (amistosos, amatorios, cinematográficos) tras la paz se miraron más y se vieron mejor. Quienes coinciden en tantas diferencias (zurdo, rubio, talento, suplente) están forzados a entenderse y aliarse. Ayer ganaron ellos y perdió el mundo normal, el razonable.

También perdió el Alicante, pero menos. Su partido fue impoluto. Se equivocó poco, se atrevió mucho y se agarró de la suerte y de su portero, Ricardo, fantástico guardameta en la ida y en la vuelta. En resumen se podría señalar que el destino fue benévolo con el Alicante durante el tiempo reglamentario, pero no soportó el añadido. Si en el Rico Pérez al equipo le sobró el último minuto (gol de Balboa), anoche se encontró con 18 segundos de más. En definitiva, un suspiro. De pena y de orgullo. El Alicante se marchó con la cabeza alta y creció un palmo; seguramente ahora vislumbre un futuro mejor.

El partido tuvo mejor aspecto que sabor, como sucede en estos tiempos con los tomates seductores y las frutas que nos seducen, ya me entienden. No obstante, lo devoramos con ansia, como también ocurre. Para empezar, el público respondió, aunque sin exagerar, porque el frío polar y el agua dificultaban la supervivencia a cielo abierto. Suerte que el Bernabéu tiene visera y calefacción de brasero.

Después, las alineaciones y las actitudes nos situaron ante un choque animado y competido, donde el Madrid pretendía resolver pronto e impedirlo el Alicante, que vestía con el color de la sopa de calabaza. En esos primeros instantes se descorchó Balboa, que ya no volvió a taponarse. Sus carreras por la banda le descubrieron más alto y más rápido, más ágil que ningún otro futbolista. Nada más empezar, Higuaín cabeceó sin fuerza un gran pase del canterano y Soldado no pudo rematar otro que era igual de bueno.

Prueba. La reflexión inmediata es que, a sus 22 años, Balboa merecería más minutos de calidad que midieran su altura y que sirvieran para encajarlo en el lugar adecuado. Y lo mismo vale para Soldado (24 días mayor), al que se sacó de Osasuna para verlo torear con picadores y apenas se le ha visto de luces. Por otra parte, su partido concentró todos los ingredientes del delantero ansioso: precipitación, desesperación y agotamiento. No marcó, pero estuvo muy cerca de hacerlo. Y vaya en su descargo que en cada fallo tuvo más responsabilidad Ricardo que él.

El Alicante respondió a esos primeros empellones con serenidad. Ni se encerró ni se acomplejó. Haciendo del orden virtud, se sacudió la presión y salió tocando, movido en los últimos metros por Cañadas, que es el conspirador. Siguiendo esos pasos Joan Tomás peinó un córner en el primer palo y se quedó a medio metro de inaugurar el marcador y la revolución.

Con ese panorama, el Madrid con rifle y el Alicante con florete, llegó la jugada del partido, la psicológica. Guti quiso sorprender al enemigo en un saque de falta y sorprendió a Robben, que no corrió a por la pelota y la vio perderse en el horizonte. El rifirrafe que siguió no se escuchó pero se imagina fácil: el capitán le reprochó que sólo quisiera recibir el balón a los pies y el holandés le contestó que si pretendía que alcanzara esos pases que le regalara una motocicleta de 125.

La consecuencia es que en las siguientes jugadas Guti sólo miró a estribor y Robben sólo se observó las botas. Hasta que Higuaín deshizo un lío en la frontal del área e iluminó el camino del gol. Robben se colocó entonces en posición de ballesta, chutó de arriba a abajo y marcó gol. A Guti le pilló lejos y no le abrazó.

Pero el amor brotó muy poco después: Guti tendió una mano en forma de pase en profundidad y Robben la estrechó al galope. La salida de Ricardo evitó el segundo tanto del holandés, algo que hubiera reforzado la moral del delantero, aunque ya no sabemos si Robben desconfía de sí mismo o de nosotros, porque en ocasiones se comporta como si no le entendiéramos los chistes, o los regates. Tal vez por eso los dosifica.

Balboa siguió corriendo por la banda y el Alicante continuó colándose por cada grieta. En su acercamiento más claro, Álvaro se estrelló con un acertadísimo Dudek, que se vistió como Casillas y se pareció algo, de lejos.

La segunda mitad arrancó con ocasiones clarísimas del Madrid, muchas de ellas en botas de Higuaín, que sigue peleado con el gol. La contumacia indica que el problema es algo psicológico que necesita terapia, abrazar la portería, recorrerla, colgarse del larguero y luego saltar a la red, como un atún. Seducirla, al fin. Poseerla.

El esfuerzo del Alicante fue premiado con el gol de Borja. Tito abrió a la derecha, Álvaro centró y el delantero cabeceó picado y mortal. El gol valía la prórroga y, sobre todo, la esperanza.

Pero en ese instante salió el Madrid y el Bernabéu. Gago tiró al palo, Robben rozó la escuadra y Saviola remató junto al palo. Hasta que en el tiempo añadido, a falta de 18 segundos, surgió Guti. Recibió de Robben, se acomodó a la zurda y la soltó al viento. Ricardo sólo pudo seguir la pelota con la mirada.

Guti había rescatado el planeta justo al final de la película, como le gusta, venciendo los problemas y las críticas, subiendo las montañas y navegando contra el viento, reivindicando su talla con el grito infantil de los niños que salvan el ego, la chica y el mundo: por mí, por todos mis compañeros, y por mí el primero.

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